Sube y baja. Salta y vuelve. Es veloz. Sonrisa fija, la de Dionisiano. A
veces triste, otras serio. Él recuerda y se acomoda. Él sigue un ritmo
dirigido. Dionisiano sale en escena, una y otra vez. Recibe aplausos y baja la
cabeza. Él vive de manos que lo mueven y sostienen. Él refleja, en actos
repetidos, movimientos leves. Vuelve a ponerse de pie. Dionisiano mira de reojo
y acepta en silencio el salto siguiente. Él asiente y no propone. Se deja
llevar e intuye. Su carita con tantas emociones dibujadas, va dando brincos
aturdidos. Él saluda. Él sonríe. Dionisiano va sin voz. Vive en silencio. Solo
sigue los tirones de aquellas finas cuerdas invisibles. Dionisiano, dulce
Dionisiano, la función ha terminado. Duerme ahora. En tu sueño, te prometo un
baile. Vendré a buscarte Dionisiano. Creo, que aún puedo.
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