sábado, 13 de junio de 2015

UN CUENTO DE JORGE VICTORIANO ALONSO( para festejar el DÍA DEL ESCRITOR)

" SE ESTÁN SUICIDANDO LOS BERTOLOTTO" de JORGE VICTORIANO ALONSO

"El gringo Bertolotto vivía en la calle 9 de Julio, sólo. Bueno, sólo es un decir. Vivía  sin mujer, porque se le había muerto, pero vivía con sus tres hijos varones; el Tito, El Cholo y El andrés, que ya hacía unos años que habían pasado los veinte y pico. El gringo siempre fue ferroviario y había hecho "su carrera", como le gustaba  decir cuando hablaba de su vida, en el Ferrocarril General Roca, en la línea Plaza Constitución- Bahía Blanca, vía General Madrid y vía Coronel Pringles. "mi vida siempre ha estado rodeada por militares", murmuraba a veces,. Uno a uno había ido haciendo entrar a sus hijos al ferrocarril, y cada vez que salía el tema repetía con orgullo: "es una cuestión de familia". "Los muchachos ", como él los llamaba , le habían salido derechos , aunque como pasa en todas las familias cada uno tenía sus cositas.. El Tito, muy parecido al Gringo,fumaba como un sapo. Un cigarrillo detrás del otro, iguAl que El Gringo. El Cholo, también fumaba, aunque no tanto, pero su perdición eran las mujeres.. Tenía una facilidad especial para seducirlas, pero generalmente eran mujeres casadas. No terminaba de salir de un escándalo, que ya estaba entrando, con absoluta facilidad, en otro. El Andrés no fumaba.("nunca ni una pitada, nunca" decía con orgullo  el Gringo), y nunca había tenido problemas por culpa de ninguna mujer. A él le gustaban los hombres.
En lo que habían salido al padre, sin ninguna discusión, era en la pasión que los tres sentían por el vino y la ginebra, sin ningún tipo de discusión. "Es algo de familia", decía El Gringo, muy serio, casi con cierto orgullo.
Los cuatro habían sufrido mucho con la muerte de doña Blanca, la mujer del Gringo y de los tres muchachos, que ya hacía cinco años que "se había ido con el señor", como le gustaba decir al Gringo, a quién nadie se animó nunca a decirle que la Blanca ya se había ido antes, unos diez años antes, , pero esa vez con el señor que vivía a la vuelta de la casa del Gringo. Aquella vez volvió.
En los primeros tiempos de su viudez el Gringo no se cansaba de repetir, en los galpones de la estación o en el boliche de Ferreyra, que eso no era vida, que le costaba levantarse todas las mañanas y no escuchar a su mujer en la cocina, preparándole el mate, y que mucho más le costaba por las noches, acostarse sin ella, en la cama grande.
Hay quienes aseguran que un día empezó a hablar de matarse,pero lo concreto es que una tardecita vino al boliche y anunció que esa noche él y los muchachos se iban a suicidar. Empezó a hablar de eso a las seis de la tarde, y servían una vuelta tras otra y no había nada que hacer, él insistía. "Esta noche a las ocho los muchachos y yo nos vamos con la Blanca", decía  y a las ocho menos diez, se despidió de todos, le pagó la cuenta a Ferreyra " para viajar liviano, sin dejar atrás deudas chicas", y salió para su casa, que quedaba a la vuelta del boliche. Algunos amigos se decidieron a acompañarlo, para seguir tratando de convencerlo de que se dejara de joder, y con ellos también fue Ferreyra, el bolichero. La dejó a su mujer a cargo del mostrador y salió con ellos.
Al Gringo lo estaban esperando0 los muchachos en la puerta de la casa, los tres vestidos con el uniforme del ferrocarril. Habían sacado la mesa grande de la cocina, de madera clara, y la habían acomodado en el medio de la calle, todavía sin asfaltar, con cuatro sillas. Cada vez que en alguna de las esquinas doblaba un auto, cuando el chofer veía la mesa frenaba, daba marcha atrás y tomaba por otro lado.
Sobre la mesa se veían algunos cuchillos y tenedores, y también estaba la cuchilla grande, la de la cocina. El gringo se fue adentro a ponerse su uniforme, y volvió a salir  casi enseguida, impecable, con la gorra  como la usaba siempre, caída sobre  el ojo derecho. Traía dos  enormes sandías, una debajo de cada brazo. Las dejó sobre la mesa y se sentó en una de las sillas de la cabecera de la mesa. El Tito ocupó la otra cabecera. El toto y el Andrés se fueron adentro de la casa y salieron  casi enseguida con dos damajuanas de vino tinto, de cinco litros cada una. Llenaron los vasos, los cuatro se pusieron de pié, en silencio, y entrechocaron  los vasos en un brindis silencioso. Entonces sí: el Gringo Bertolotto tomó la cuchilla grande, la clavó con fuerza en una de las sandías y cortó cuatro tajadas  para él y los muchachos. Cada uno comió la jugosa carne roja  en silencio, y después vaciaron de un solo tirón los vasos, que volvieron a llenar, una y otra vez, mientras seguían comiendo  sandía, casi sin parar. Todos los que habían  seguido desde el boliche , Ferreyra entre ellos, los miraban en silencio, sin entender.
Después se supo que alguien le había dicho al Gringo, unos dias antes, que comer sandía y tomar vino tinto era mortal. "lo hacés y te morís Sin remedio, te morís". Al desolado viudo aquella  le pareció una forma digna  de decir adiós, para siempre. Habló con sus hijos, compraron las sandías, vino siempre tenían, y se aprestaron a morir.
Aquella primera noche, los Bertolotto no convidaron a nadie ni el vino de sus damajuanas ni sandía. " Esto es para el suicidio", le explicó el Gringo a sus amigos, a modo de disculpa, pero mandó a buscar bebidas al boliche de Ferreyra, que rápidamente le habilitó nuevamente la cuenta corriente, y todos tomaron vino, caña y ginebra hasta que salió el sol.
Aquella noche los Bertolotto no lograron su objetivo, aunque de a uno, los fueron entrando a la casa "como si estuvieran muertos", con una borrachera fenomenal. Según dijeron después quienes los habían acompañado en el último viaje, fue una noche estupenda, inolvidable.
Desde entonces, al menos una vez por mes, "los Bertolotto se suicidan". Ferreyra, siempre rápido para los negocios, consiguió un permiso provisorio de la Municipalidad, y " las noches de suicidio" pone mesas y sillas en la calle de los Bertolotto, y dos mozos para atender a la clientela, que cada vez es  mayor. Ya está pensando en contratar una orquesta, y hasta en armar una pequeña pista de baile.
Esas noches, por la 9 de Julio al 300 no pasa ningún auto. Todos los vecinos del pueblo saben que "se están suicidando los Bertolotto", y esas son cosas que en mi pueblo se han respetado siempre."

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