Había una
mirada suya que yo llevaba siempre, como si estuviera sucediendo, como si el
tiempo no siguiera transcurriendo.Esa sensación me inquietaba y volvía a
producir el mismo efecto de aquel día en el que sus ojos habían aterrizado
temerosos en mi cara.Tras su mirada, retumbaban en mi memoria sus palabras, las
últimas palabras que me dijo aquella tarde.Luego el tiempo, el silencio y la
distancia.Giré una y otra vez el reloj de arena sobre mi escritorio. Yo
buscaba, en esos movimientos repetidos, detener el instante que agitaba mis
latidos, al solo recordar. La frecuencia con la que caía esa arena por el reloj
que no le había dado y era para él, me recordaba otros momentos pasados que
habían quedado detenidos en mi piel.Todo el tiempo vivido entre nosotros, se
asemeja hoy a ese último granito de arena que cae sin prisa y no puedo
detener.
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