sábado, 28 de febrero de 2015

CONTAR LA VIDA

Tengo pocos minutos para terminar el bolso, darme un baño y dejar la casa ordenada antes de salir para el aeropuerto. El taxi llegará puntual, como siempre y los papeles que dejé anoche sobre la mesa, estarán exactamente en el mismo lugar, cuando vuelva. En cierto modo, este apuro repetido, al que me he acostumbrado a vivir, tiene que ver con la partida y el regreso. Tal vez haya una estrecha relación entre los mechones de pelo que se me caen al peinarme y los recuerdos que golpean con la misma velocidad en el cepillo azul, que dejo en el baño. Escucho la bocina y calculo el tiempo, miro el reloj y pienso que deben hacer 20 años desde que mi pelo cae. Vuelve a crecer. La memoria no. Queda ahí, enredada en el pasado. Falta llenar el plato hondo con agua. Poner comida en los tres rincones en los que el gato come. Apago las luces, miro lo que queda y me voy. Al cruzar el puente miro el río y dejo de escuchar la voz que habla en la radio, a la par del hombre que maneja y dice algo sobre la crecida. Los anteojos me ayudan en este momento. Simulo leer algo, solo para volver al silencio. No se en qué lugar del bolso guardé el pasaje. Llueve mucho y ya habrá tiempo para encontrarlo. Mis ojos se ven mas grandes ahora, al mirarlo fijo por el espejo retrovisor. No quiero el vuelto. Quiero bajarme del auto y perder el avión.

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CAPÍTULO 1

En los aeropuertos, las ideas parecen aquietarse. Descansan un rato, para luego levantar vuelo y llegar a lugares que ni siquiera imagino. Falta una ahora para que el avión despegue. El tiempo necesario para poder revisar las preguntas, ensayar el tono de voz o tal vez el tiempo justo para volver a la redacción y pedirle a Laura que viaje ella.
No se bien porqué acepté esta nota que ya hice antes.Esa tarde de Agosto tenía puesta una remera gris con una infinidad de pequeños botones que cerraban los miedos que vendrían luego.Intento recordar las palabras y solo se me aparecen imágenes.
-¿Whisky o cognac?-me pregunta la azafata sonriendo

-Mucho hielo y poco whisky-le digo mirando el nudo del pañuelo azul que lleva al cuello

Nunca pude hacer bien el nudo de un pañuelo,ajustarlo lo necesario ni acomodar las puntas. La corbata que usaba en el colegio tenía el nudo fijo y dos elásticos que lo sostenían debajo del cuello de la camisa. Sigo siendo la misma que cuando iba al colegio,sigo sin saber hacer nudos, sigo demorándome en los recuerdos.
Las  turbulencias me traen al presente. Dejo de recordar. Miro la cara de la mujer que va a mi lado. Puedo ver su miedo. Levanto los pies y los dejo suspendidos en el aire. Creo quitarme así, la sensación de vacío. Vuelvo a apoyarlos y pienso que en pocos minutos estaré en el cuarto del hotel y algo mío quedará acá, suspendido en el aire. Algo tiene que haber cambiado en diez años. Antes llevaba un grabador y ahora tengo la memoria guardada en un teléfono.
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Escucho a Génesis. De fondo el teléfono suena insistentemente, mientras miro la mampara empañada del baño.Imagino la voz y el tono de quién puede estar llamando.Su apuro me persigue. Sabe que me molestan sus llamados. Conoce mis tiempos y sin embargo insiste en esta desatinada manera de recordarme que es mi jefe.También sabe que no voy a atenderlo hasta que estos tres días hayan pasado.No se conforma con pedirme que cubra la guardia de los domingos en el diario, Quiere mis francos.Quiere mis horas sin trabajo. Quiere verme preocupada. No lo logra. No le temo, a pesar de haber hecho  todo lo posible para que deje mi trabajo. Las dos entradas para el teatro, quedaron sobre su escritorio. Tenían fecha y número de butaca. Se vencieron ahí, en esa mesa de aquella oficina oscura.
El agua caliente golpea mi cuerpo a la misma velocidad que los recuerdos van cambiando mi expresión. Hay cosas que no pueden olvidarse, porque te marcan y dejan un camino al que ni siquiera las nuevas pisadas logran borrar.Todo lo que fue inicio se vuelve repetido y me transforma la memoria que arranca nueva y cargada de ilusión. La toalla blanca  parece envolver esos días que apenas tienen un pasado.Quiero secar la impotencia con la que quedaron detenidos mis planes.
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Dos colectivos para llegar a Barracas y una cuadra y media para entrar al diario, era la rutina que empezaba a las seis de la tarde y rompía en ese preciso momento en el que abría la puerta de vidrio y todo comenzaba a girar entre las diferentes secciones. Los choferes a la izquierda y los fotógrafos un poco mas adelante. La oficina de cables de agencias de noticias dejaba atrás mi mundo de medias azules y de jumper del colegio. No solo era la rutina lo que cambiaba. La gente y sus historias, eran diferentes a las que yo conocía. Ni en el bar de la facultad, me sorprendía yo tanto. Había otra realidad, otras caras, a las que me iba lentamente acostumbrando. Matías me cargaba siempre, imitaba mi modo de hablar, que para mi era el único. Era también quién se levantaba de la silla con ímpetu para decirle a mi jefe " esta nota, la hago yo". Daniel solía enviarme a las peores notas. Trabajábamos en policiales. Roberto se reía y subía la mirada sobre los anteojos, asintiendo. Eran mis amigos. Aunque Daniel insistía y dejaba mi apellido anotado para la guardia del día siguiente, en una planilla, sobre la mesa.

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La memoria del teléfono que tengo en la mano no parece tener emociones guardadas. Es diferente a la que llevo en la mano izquierda. Esa toma el bolso y roza el boleto de antes, que todavía sigue prendido ahí.  Hay costumbres que no se ha llevado el tiempo y mis viajes que cada vez son mas espaciados, siguen acumulando las fechas y los momentos anteriores. Miro el teléfono y pienso, si son solo días los que va almacenando.. No entiendo bien cuál es el lugar en el que viven los recuerdos.Todos los muebles del cuarto están en el mismo lugar. El espejo parece brillar más que antes, quizá sea otro. Nuevo y distinto al reflejo de ayer. Siete perchas vacías son las que colgaban otra ropa, y son las mismas en las que voy a poner ese saco que nunca uso y siempre va en el bolso. Es una conferencia y luego vendrá la entrevista que hice en otro tiempo, un tiempo que se repetirá sin eco del que fue-

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_ Tenes que hacer esa entrevista _ me dijo apoyando los papeles en mi escritorio

_ ¿ y cuáles serán las preguntas nuevas? Otro libro más, una reseña nueva_ le dije riendo y agregué _ Cambié de sección hace mucho tiempo -

-Carolina, no discutas más. Está todo arreglado. Hablé con él ayer y solo va a darnos la nota si la haces vos. Acá tenes los pasajes.

Cuando Daniel me llamaba así y no como todos lo hacían, como salía mi firma en las notas, estaba enojado y lidiar con ese hombre así ,era algo que ya había dejado de hacer hacía mucho tiempo.

Tomé los boletos y dejé la redacción dispuesta a cumplir con el pedido y dispuesta también  a enfrentar el recuerdo  que me perseguía desde ese día en el que con mis veinte años a cuestas, aquella nota en la librería, había hecho que mi nombre empezara a repetirse.

Si pudiera tomar una de esas gotas de agua que salpican mis recuerdos, la dejaría rozar mis dedos para que luego cayera al vacío sin quedar enredada en la memoria. Solo una guardaría entre mis manos . No tendría más que la corta duración del pequeño instante en el que yo la mire. El segundo en el que antes de caer, la pensara eterna y la volviera a querer dejar libre. Recuerdos que se esfuman en cadena. Momentos que liberan la ansiedad.
A veces siento que el pasado tomó decisiones en mi nombre y ocupó espacios que llevaban mi apellido. Se adueñó de sueños que parecían míos y los dejó correr por la vida sin llevar mis pasos.

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El chofer está con su brazo apoyado en el asiento, mirándome. Por la postura y su mirada, pienso que debe llevar un buen rato esperando que le pague. Mis ojos se han quedado detenidos en la puerta del hotel. Todo parece estar igual que aquel día, sin que el tiempo haya pasado. Me quedo inmóvil, al entrar a la recepción. Los recuerdos parecen estallar en los grandes ventanales. Las cortinas de pana, solo han cambiado el color, aunque siguen resguardando los momentos y las palabras, entre sus pliegues. Me pregunto qué pasará cuando ya no pueda recordar y  cómo será el olvido, sin huellas en la memoria.
Maldigo el momento en el que acepté este viaje y sin embargo, las preguntas que anoto en mi libreta, me devuelven la ansiedad que creía perdida. Me sacude el recuerdo de su voz diciéndome:
_ "Carolina, sos inquietante"

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Me siento muy bien esta mañana. Es inevitable comparar, desde la ropa que llevo puesta hasta el modo en el que le pido el café doble al mozo, en este desayuno que se parece tanto al que tuve diez años atrás, antes de partir hacia la librería. Seguramente las vidrieras estén renovadas, como imagino lo estará su pelo que quizá sea gris. El bastón que usaba en aquel tiempo lo volvía vulnerable, más allá de no ser ésa, una característica de Adolfo. Voy a terminar con este asunto de una vez, aunque hay algo que me preocupa y a la vez me detiene: mi reacción , ante sus ojos grises.

-Buenos días, quisiera hablar con Adolfo Mendez- y agregué- él me espera, para una entrevista

La mujer, de unos treinta años, se acomodó el pelo hacia un costado y bajó de la banqueta en la que estaba, sorprendiéndome tanto su agilidad, como su desgano.

Me puse a ver los libros que estaban en una de las estanterías cercanas a la vidriera en la que había una gigantografía con la foto de Adolfo. Se veía igual, como si el tiempo no hubiera dejado huellas en su cara. Me acerqué para leer una de las críticas que estaban en negrita, cuando alguien tocó mi hombro sobresaltándome.

-¿Seguís siendo tan curiosa como antes?

-Giré mi cabeza y le sonreí. Seguía sorprendiéndome del mismo modo en el que lo hacía antes de que nuestras vidas cambiaran.

Me tomó del brazo y con la calidez intacta que yo recordaba, con el exacto recuerdo de su mirada en mis ojos, dijo:
-Caro, imagino que has leido mi nuevo libro y al hacerlo has querido saber porqué lo escribí ¿ Es eso o sigues obedeciendo a las órdenes de ese maldito jefe de redacción?
- No has cambiado nada, es increíble, han pasado más de diez años desde que te vi por ultima vez y tu pregunta primera sigue siendo acerca de tus libros. Adolfo- dije mientras sacaba la libreta de mi bolso- esta vez, que sí será la última, no serás vos quién maneje la entrevista
Me interrumpió repitiendo -¿ entrevista? ¿escuché bien?
-Sí. Escuchaste bien. Todo aquello que imagines acerca de los motivos por los cuáles yo estoy acá, no tienen que ver con la realidad.
-¿ realidad? nunca estuviste preocupada por ello-dijo, mirando hacia un costado- ¿Cambiaste sin avisarme?
- Sí, cambié, aunque siguen sin gustarme los aviones y tus preguntas cerradas.
-Caro...me alegra mucho volver a verte, dejá esa libreta y tu entrevista para otro momento. Soy yo quién quiere preguntarte porqué nunca más , después de la última vez que nos vimos, respondiste a mis llamados ni contestaste mis cartas.
Lo miré sorprendida,dudé por un instante en seguir la conversación, quise levantarme y dejarlo sin respuesta, pero su empleada entró sin pedir permiso,interrumpiendo mi silencio. Le rodeó el cuello con sus brazos y le dijo:
-¿ Vas a tardar mucho? acordate que a las ocho  hice la reserva  en " El patio"
-Voy a desocuparme antes, querida, no te preocupes-le contestó Adolfo. besandole su mano izquierda-
Le acerqué su bastón y le dije:
-La conferencia es el viernes a las seis, si te parece podemos hacer la entrevista una hora antes.
-Me parece poco tiempo, para hablar de mi nuevo libro y de todo lo que estuve haciendo en este tiempo-interrumpió Adolfo.
-Tengo un almuerzo en el bar de la esquina del hotel y no pienso moverme de ahí hasta que empiecen todas las presentaciones. Cuando quieras, te esperaré ahí.
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Al dejar la librería fue inevitable recordar la sensación de triunfo, que me recorría la piel y los sentidos. No se si "la dama de las reservas", seguía en la banqueta o  si escuché un adiós al irme. Al tomar el picaporte de la pesada puerta de vidrio, el tiempo transcurrido se esfumó, para traerme nuevamente a esa tarde de diciembre en la que el director de la revista, me llamó a su oficina y dijo:
- Carolina, necesito pedirte algo, que sé vas a conseguir.
Yo llevaba dos meses trabajando en la revista que más vendía en el país y me sentía feliz al haber entrado por un concurso. Era la más chica de todos los periodistas que estaban en la redacción y eso a muchos de ellos, les pesaba.
-Quiero que vayas a ver a  Adolfo Mendez, él tiene una librería en la calle Uruguay y está negado a concedernos la entrevista que quiero- agregó, tomando su pipa para agregarle mas tabaco-aunque hay algo que seguramente no va a gustarte...
Mi fascinación iba aumentando a medida que él hablaba. Siempre había soñado con conocer a ese gran escritor. Sabía de memoria algunas de sus frases, lo admiraba.
-Esto es para mi, algo que siempre quise hacer, encantada iré a verlo y dije riendo- creo tener listas las preguntas y ensayado el tono de voz al realizarlas
-Ese es el problema Carolina, no serás vos quién haga la entrevista. Me cuesta decirte esto, ya que si bién sé que tenes mucha experiencia periodística, en esta revista trabaja hace muchos años René Gilbert y es ella quién se dedica a estas cosas.
-¿ Entonces?-  pregunté
- Conozco a Adolfo desde hace muchos años y se que su debilidad son las mujeres. También sé que no tendrá inconveniente en decirte que si, cuando vayas a verlo. Es más, te pediría que al presentarte en la librería, no menciones la revista.
- ¿Usted me está diciendo que yo seré una suerte de anzuelo, para que él acepte?
-Por favor, toma esto como parte del trabajo, hasta quizá llegue a ser una oportunidad para vos- dijo ya sin mirarme
-Mire, director, voy a ir a ver a Adolfo, también intentaré que acepte la entrevista...pero no le aseguro que no sea yo quién la realice. Sin darle ningún tipo de explicación, dejé su oficina cerrando la puerta mas fuerte que otras veces.

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Al sentarme en mi escritorio, las ideas galopaban por mi cabeza, tal como si fueran caballos furiosos. Por primera vez en mi vida sentía la furia estallar por mis venas. Me preguntaba porqué me habían elegido para "conseguir" esa entrevista, desestimando por completo que fuera capaz de mucho más que eso. Estuve a punto de volver a hablar con el director y de presentarle mi renuncia. También me habían quedado las ganas encerradas en mis manos, de golpear mucho mas fuerte esa puerta, al irme. Vencí ese deseo y continué la tarde,como si nada hubiera pasado. Ya en el ascensor, unas horas después me crucé con la directora de la revista de modas de la editorial, que al bajar en el segundo piso, extendió su mano y me dejó su tarjeta diciéndome:
- Soy Ana Donato, veni a verme-  agregó cerrando la puerta enrejada - me gustaría que hagas una sesión de fotos, te espero.


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Tenía 20 años esa tarde. La entrevista salió firmada a la semana de la tarde de mis 20 y luego dejé de trabajar allí.  Recién, acabo de salir de la misma librería de aquella vez y siento exactamente lo mismo que ese día, solo han pasado 26 años.
Es  furia y a la vez triunfo. Las mismas sensaciones hacen eco en el tiempo, en años que  vuelven  a repetir las emociones vividas.
Dos temas eran los que se llevaban todas mis horas, por esos días. Comenzaba a plantearme si la belleza ´física podía anular  todo eso que se iba construyendo en el interior. Me negaba a creer en que una invalidara a la otra. Me preguntaba si podía ser posible que aquello que no elegíamos tener ni nos esforzábamos en lograr, podía opacar ese resto que sí dependía enteramente de cada uno. Quizá tenía una relación directa con la identidad, que era una palabra a la que comenzaba a perderle el miedo y lentamente empezaba a formar parte mía. La identidad cobraba importancia en mi vida, por un asunto de fechas, por un tema de signos y de lugares. Mucho tiempo después fue cuando recién pude comprender y darle la importancia que eso implicaba.  Hasta que eso sucedió, viví con dos signos, con dos fechas de cumpleaños ,creyendo que no podía hacer nada para poder encontrar la verdad. Se iba consolidando en mi la convicción de saber a medias y en cierto modo; de vivir a medias.

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No me costó encontrar la dirección de la librería. La llevaba anotada en la libreta que tenía en el bolso y también en la memoria. Muchas tardes había estado parada frente a esa vidriera durante varios minutos, soñando con entrar y conocer a ese escritor que solo veía en la contratapa de sus libros.
Apenas crucé la puerta, el olor de los libros quedó impregnado en mi ropa y en mi piel. Una señora se acercó y me dijo sonriendo
-Me llama la atención que cada vez haya mas mujeres interesadas en comprar libros. ¿Querés algún título o te dejo mirar tranquila para que elijas?
-Me encantan las librerías y sobretodo cuando quién las atiende es un escritor al que admiro-le contesté sonriendo y agregué- Quisiera ver al Señor Adolfo, ¿está él?
-Si, querida, ya  lo llamo-y antes de cruzar el pasillo giró su cabeza y preguntó:
-¿ Tu nombre?
- Carolina Astrada-le contesté e inmediatamente tomé un libro de la mesa y empecé a leer.

Adolfo apareció en el salón, golpeando su bastón en el piso. Llevaba un traje oscuro que combinaba a la perfección con una camisa blanca y una corbata a rayas muy finas.
Me pareció un hombre grande con una mirada cansada. Esa fue la primer impresión que tuve al verlo. A medida que la tarde fue pasando, sus ojos se volvieron vivaces y nuevos. Su edad se transformó en una incógnita imposible de resolver.
-Carolina-dijo pronunciando cada letra con énfasis- Me decís que has leido mis libros y eso me gusta, tu visita me intriga-
-Voy a decirle el motivo de mi visita, no pretendo intrigarlo-sonreí nerviosa- aunque no creo que me siga tratando así, luego de decirle
-¿Así, cómo? dijo mirándome fijo
-Adolfo, en realidad mi visita se debe a que tengo un jefe, al que usted conoce, que quiere que nos de una entrevista. Trabajo en GRANDES y mi misión es conseguir que usted nos de una entrevista
Adolfo apoyó su espalda en la silla y riéndose me dijo
-Claro que sí, pequeña, creo que vas a hacer un buen reportaje esta tarde, pero nada de fotos-agregó- dile a ese malandra de director que tienes, que esta vez ganó la partida.
-Adolfo- dije decidida a contarle la verdad, para arrepentirme en ese instante- ¿Le parece bien que empecemos ahora?
Duró un instante mi certeza y mis dudas se volvieron preguntas, muchas preguntas que fluían a la par de sus respuestas. Se mezclaban y alumbraban otras, que nacían nuevas.

Adolfo no solo respondía a mis preguntas sino que , mediante ellas, provocaba otras más que jamás me habría animado a realizar.
La entrevista se extendió mucho más de lo previsible. Al ver que en mi libreta solo quedaban dos hojas en blanco, le pregunté
-¿Usted come, también?
-Tienes una habilidad especial para hacerme olvidar de esa necesidad tan básica-riéndose agregó- Si te parece, podemos acercarnos al bar que está en la otra cuadra y comer algo allí.
Ni bién terminó de pronunciar estas palabras, tomó su bastón y extendió su mano, invitándome a dejar la sala. La librería tenía ya sus luces apagadas y la amable señora que me había recibido,no estaba ahí. Cerró con varias llaves la puerta de vidrio y me tomó del brazo, al cruzar la calle. En la esquina se paró abruptamente, me miró y dijo
-Ya sé a quién me recuerdas. Aunque debe tener varios años más que vos.
_ ¿ A quién?-le pregunté asombrada
-¿Te gusta el cine?, seguramente has visto "Desayuno en Tiffany·s", tienes algo que me recuerda a la adorable Audrey
-No la he visto, pero voy a conseguirla-le dije-
- Es una flaquita encantadora-agregó tomándome nuevamente del brazo.

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No era la entrevista ni la admiración que él me provocaba. Era algo más que comenzaba a crecer dentro mío. Una fuerza que iba a trasmano de mi carácter.
Por aquellos días comencé a tomar decisiones importantes que tendrían efectos radicales en la vida que se asomaba tan nueva. Dejé la revista al poco tiempo de conocer a Adolfo. No volví a trabajar como periodista por varios años: los mismos que transcurrieron, sin verlo a él.

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Mientras tomaba el café en la mesa del bar, en la que pronto estaría Adolfo, pensé en los giros que había dado mi vida y en la infinidad de cambios que aquella tarde primera con él en la librería, me había provocado. La admiración que yo sentía por Adolfo, antes de conocerlo personalmente, se había transformado en una especie de idolatría, a la que me llevó años poder dejar. Revuelvo el café y mis pensamientos giran a la misma velocidad de la cuchara. Van en sentido contrario a las agujas del reloj. Del mismo modo en el que él entró en mi vida. Es un movimiento en cïrculos desordenados; que mantiene mi mirada quieta y perdida:

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CAPÍTULO 2

Voy a cumplir cincuenta años, el martes. Siempre me gustó festejar mis cumpleaños y mucho más después de ese día en el que supe que tenía otro signo. No se bien cuando fue ,pero se que recién ahora puedo disfrutar y entender que nací en junio y no en la primavera.  Preparaba un ramo de fresias con muchos colores para adornar la mesa. Iba al puesto de flores y las elegía. Era septiembre y ahora es junio. No tenía puesta la campera de invierno ni el gorro que ahora llevo. Sigo buscando flores, todavía.
Hace poco tiempo que se lo conté a Alfredo. Se sorprendió, como todos, cada vez que intento explicar el cambio. Tiene que ver con la identidad, con mis manos y con el sol; que es de invierno.
-Soy la misma- le dije mirándolo de frente
-¿ Porqué temblás? me preguntó riéndose
Mi mano temblaba, un poco de la emoción de volver a verlo después de tanto en mi vida y también en la suya y quizá porque tenerlo frente a frente me sorprendía. Ël tenía los brazos cruzados y de fondo se escuchaba una canción que yo no conocía.
Mucho tiempo después entendí el porqué de mis nervios ese día. No era algo que yo hubiera  imaginado antes de estar en su cocina, esa tarde. Me mostró su casa y me mostró su vida, también.
Alfredo me había comprado algo en la panadería. No pude comerlo. Si bien hablábamos como si todos los días de los cumpleaños que no había festejado nos hubieran pasado juntos, me costaba respirar y entender que estaba frente a él, otra vez, en mi vida.
Cuando salí de su casa, estaba confundida. Me sentía diferente, extraña. Subí al colectivo y al tomarme del pasamanos supe que llevaba una nueva ilusión.
Creo que pasaron solo dos días hasta que volví a verlo. Era domingo y ya no temblaba. Tengo la risa grabada en la memoria, de aquel mediodía.


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Qué suerte que voy sentada en el asiento de atrás del auto.Decidí no manejar hace mucho tiempo.Eso me permite pensar , poniendo especial atención en lo que recuerdo de esa conversación. No se bien si la escribí, aunque siempre lo hacía después de hablar con Adolfo. Creo que después de esa tarde en su casa ,le conté a Magdalena lo sorprendida que estaba.
El chofer está mirándome por el espejo. Le voy a preguntar cuánto falta, solo para cortar el silencio y para saber también, si me ha preguntado algo. Suelo aislarme por completo cuando recuerdo algo que me dijeron y que luego olvidan o bien cambian por completo.Algo bueno me ha dejado esta historia repetida. Tengo el título para todos esos últimos relatos que llevo en el bolso; "Contar la vida".
En definitiva creo haberme pasado muchos de mis años contando no solo lo que vivía, sino también eso que imaginaba. Pero sé, que esto que llevo en la memoria reciente, no lo imaginé. Ni siquiera la más inquietante fantasía, podría ser tan verídica, como la voz que me hablaba y los ojos que me miraban.

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