Entre los hilos y sus sensaciones, le regala una caricia. Parece
guardarla allí, donde esconde su mirada. Mi adorado Dionisiano, con cuanto
esmero la detiene en el borde de sus pestañas. Juega con su risa y la atrapa
con la mirada. Hay un hilo quieto, que duerme tras su espalda. Solo desata su
nudo para que inicie con los dedos, su pasión adormecida. Cuando habla y la
mira, van en vuelo sus ojos que luego aterrizan en su boca y en ese instante,
Dionisiano, siente la gloria de saberla suya. Porque no es solo alguien que la mira. Es él buscando entre el aire de las palabras, un suelo para quedarse ahí,
solo con ella. Dulce Dionisiano, resulta escaso lo que pueda explicarte sobre
ese vuelo de tus ojos. Las caricias que producen tus ojos detenidos en su boca,
la incitan a mover tus hilos quietos, a bailar entre ellos nuevos sueños. Luego
vuelves a mantener erguida tu espalda y rozas de un modo imperceptible con tus
labios su cuello. Escucho otra vez más, en secreto y al oido, las palabras que
Dionisiano le dice a Elena.
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