Corría el agua por aquella calle y tal como mis ojos
acompañaban con la mirada sus ondulaciones, la corriente arrastraba momentos
que ya no regresarían.
Era incesante el ruido que provocaba la lluvia en cada
recuerdo que se iba lento.
Tras mis espaldas aquella custodia del alma que aún hoy, con
su ausencia, sigo percibiendo.
Dos escalones, una gran puerta de madera y dos balcones, eran la antesala a la felicidad.
Hacia la izquierda el gran cuadro del ángel de la guarda cobijaba mi
sueño. Hacia la derecha, el reloj que no dejaba de marcar horas alegres, repetía
con aquel sonido que no olvido, los minutos ilusionados.
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